Imagina que vas caminando por la vega, la feria o el supermercado y te topas con el inconfundible aroma de las frutillas. Rojas, grandes, fragantes, firmes…irresistibles. Bueno, esa frutilla que todos conocemos no existió jamás en la naturaleza ¿de donde salió, entonces? Es fruto del azar. La frutilla en la que están pensando se llama Fragaria x ananasa y es el resultado del cruce accidental entre dos variedades diferentes de frutillas: la Fragaria virginiana y la Fragaria chiloensis. La Fragaria virginiana es oriunda de américa del norte; es una frutilla muy pequeña, roja y de rico sabor. La Fragaria chiloensis es Chilena; es una frutilla grande, fragante y blanca. Ambas tienen cosas buenas y malas. Si bien la F. virginiana es roja y rica de sabor, es muy pequeña. La F. chiloensis por otro lado es grande, pero su color blanco es poco atractivo y cuando se saca de la mata se pone muy blanda rápidamente. En el siglo XVIII se obtuvo una mezcla de ambas por un cruce accidental entre ellas. La resultante es la Fragaria x ananasa, que por esas cosas de la genética posee lo mejor de las dos: es grande, roja, fragante, de buen sabor y firme. Perfecta. Este proceso, conocido como breeding, es la base de la alimentación humana. Muchas de las frutas y verduras que comemos hoy nunca existieron en la naturaleza. Zanahorias, lechugas, maíz, trigo y otras han sido mejoradas desde hace cientos de años, haciendo cruces dirigidos y seleccionando individuos.
Este proceso de cruce y selección se conoce con el nombre de mejoramiento genético. Hay genes que son responsables de muchos de los caracteres fenotípicos interesantes que podemos encontrar: si logramos mezclar esos genes en un solo individuo, lo mejoraremos. Es como jugar a las cartas, con varias barajas, y tratar de obtener un poker de ases. Difícil, largo, complejo y costoso.
Las personas que se dedican a esto se llaman mejoradores o breeders. Gracias a ellos y a programas de mejoramiento como el que tiene el INIA (Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias) para el trigo, la producción por hectárea en Chile se ha cuadruplicado. Sin el mejoramiento genético la agricultura estaría en la prehistoria.
Sin embargo, debido a los ciclos reproductivos de algunas plantas, particularmente de los árboles, hacer o crear una nueva variedad y ponerla a punto puede tomar entre 10 a 20 años. Es una cantidad enorme de tiempo y dinero invertido en ello. Como la variedad creada trae grandes beneficios, es esencial que siga habiendo mejoramiento y se sigan creando nuevas variedades. Para incentivar el mejoramiento y la generación de variedades se creó en 1961 la UPOV, un organismo intergubernamental con sede en Ginebra que busca proteger el patrimonio intelectual de los breeders.
UPOV quiere decir Unión para la Protección de las Obtenciones Vegetales y es un organismo que proporciona un marco legal para que los países otorguen derechos de autor sobre las variedades creadas. Por ejemplo, si yo creo una variedad nueva de alcachofa la puedo proteger y durante un período de 20 años soy dueño de mi invención. Puedo obtener de manera exclusiva los beneficios económicos de ella: vendo las semillas sólo yo y todos me la deben comprar a mi. Nadie puede propagar el material vegetal sin mi permio, ya que es mi invención: esa variedad no existe en la naturaleza. Si alguien usa la variedad previamente existente no me tiene que pagar.
Para certificar que es una variedad que pueda ser protegida, el breeder debe demostrar que su variedad es NUEVA, DIFERENTE, HOMOGENEA y ESTABLE. Hay que aclarar que VARIEDAD no es un descubrimiento o una planta nativa o autóctona: una variedad se obtiene de una mutación, una cruza u otro evento genético, como la transgenia. No se considera variedad a una planta silvestre. Para que sea nueva, además, no tiene que haber sido vendida por el breeder antes de un año de presentar la solicitud, debe ser diferente a las plantas del mismo tipo que ya existen, las plantas derivadas de ellas deben ser parecidas (homogéneas) y el rasgo que las hace diferente del resto debe ser estable en el tiempo y con el paso de las generaciones. En Chile, el SAG se encarga de certificar que una variedad cumpla con estos requisitos y lleva un catastro de todas las variedades protegidas. Es información de libre acceso, cualquier persona puede entrar al sitio web del SAG y obtenerla. Dependiendo del tipo de planta, esta protección se entrega por un plazo no menor a los 20 años (25 años en el caso de árboles y vides).
Chile ya había firmado el acuerdo UPOV anterior, del año 1978, y la actual aprobación de la nueva versión de 1991 sólo incluye cambios menores. En lo medular, busca incentivar a los breeders (empresas, personas o instituciones) para que sigan generando nuevas variedades y potenciar la producción agrícola.